Desde Montreal, la compositora y cantante Ambre Ciel lanza su álbum debut still, there is the sea, una obra que parece flotar entre el sueño y la marea, entre la música impresionista y el minimalismo norteamericano. El disco es un gesto íntimo y elegante, un primer intento —según sus propias palabras— por darle forma sonora a ese otro mundo que habitaba en su mente. Lo ha logrado con una delicadeza que conmueve.
Ambre canta en inglés y francés, y construye sus canciones desde una sensibilidad profundamente orgánica: capas de violín, suaves efectos de pedal, voces etéreas y un piano que abre posibilidades armónicas como olas que se despliegan con paciencia. Hija de artistas, su formación clásica se entrelaza con una búsqueda poética y casi cinematográfica, donde el espacio importa tanto como el sonido.
still, there is the sea no grita; susurra. Cada pieza se siente como una carta no enviada, una contemplación suspendida en el tiempo. Es un álbum para escuchar con los ojos cerrados, con el corazón abierto, como quien contempla el horizonte desde la orilla. Es un comienzo, sí, pero también una promesa de que la belleza puede ser pausada y profundamente sincera.