
Se divierten y hacen cosas que creían no volver a hacer. Ahora los golpes no duelen, y entonces, cansados pero felices, se recuestan sobre el pasto recibiendo el calor de una fogata de periódico. Miran al océano cósmico que flota en sus cabezas, albergando ahí la luz amarilla de la luna creciente, es cuando sus almas se liberan y todo se limpia de nuevo.
El jardín se come lo muerto de sus seres, el jardín se lo come todo, y respiran por única vez el aire purificado que nuevamente llena sus pulmones de vida, de aquella vida que tanto les hacía falta recordar.
La garganta les dolía, las espinas estaban pegadas a sus suéteres, pero no había una alegría tan grande como entonces, corriendo por los árboles azules. Es entonces, la voz de las figuritas ya suena como antes, el mundo no soporta escuchar la alegría desbordada de aquellos a los que quieren convertir en muertos jornaleros y muertos de oficina. Prefieren que todos sean iguales y callan las voces de las figuritas, y las figuritas recuerdan que aquel monstruo no los dejará nunca en paz.
Las figuritas van perdiendo forma, tonalidad, alegría y brillantez.