Carlos Millán
Mi esposa y yo vivimos entre sueños. Por el día casi no hablamos. Ella solamente me dirige la palabra en caso de que sea muy necesario. O para quejarse de alguno de mis defectos, ordenarme sacar la basura o arreglar un desperfecto del hogar. Siempre con una mueca que no distingo si es de indiferencia, asco o enojo. Yo en cambio, trato de no hacer cosas que le molesten. Trato de cumplir con mis deberes en el hogar. Lavo mi plato después de usar. Trato de mantener en orden mis cosas, lavo mi ropa, lo que ensucio lo limpio. Además de que evito por el día el contacto con ella. No le envío mensajes. No la llamo. Trato de no interrumpirla en sus actividades. Es por eso que todos los días vuelvo a casa después de las nueve de la noche. Espero que se ponga la pijama, se meta a la cama y justo un minuto después de que apaga la televisión es mi momento para entrar a la habitación.
Cuando se encuentra en estado de somnolencia, ella me reconoce. Me abraza, me besa y me dice que me quiere. Me pregunta por qué tardé tanto para ir a la cama. Que me extrañaba mucho. Después de unos minutos ella se duerme. Yo me quedo despierto, sintiendo su cuerpo entre mis brazos. Le cuento alguna de mis historias, le digo lo mucho que la quiero. Me paso largas horas platicando con ella, imaginando que mis palabras se escurren entre sus sueños. Que las vive dentro de su mente.
Por las mañanas es ella la que me despierta con un beso. Siempre de buen humor. Comienza a contarme a detalle los sueños que tuvo.
Soñé que el fin de semana íbamos a un lugar perdido entre las montañas. La pasamos bien. Yo me divertí mucho. Tuvimos una cena muy romántica bajo las estrellas. Estábamos en un lugar hermoso. Hacíamos el amor en una cabaña. Corrimos por un campo verde lleno de árboles con la lluvia mojándonos. Pero no hacía frío. Era cálido y agradable. Éramos como niños, nos divertíamos como niños. También soñé que me dejabas. Ese no me gustó. Fue una pesadilla. Que ya no me querías. Que te ibas con otra. Discutimos, nos reconciliamos, todo fue tan real. Qué bueno que todo fue solo un sueño.
Se levanta, me besa y se mete a la ducha. Pero cuando regresa, ya no es la misma, el cariño y buen humor han desaparecido. El agua le ha devuelto a la realidad. Ya ha salido de ese estado de ensoñación. Lo que pasa después ya no me importa. Sirvo el café y lo bebemos en silencio. Cada quien toma el camino a sus destinos. Nos despedimos sin besos, sin decirnos nada. Sin un abrazo. En cuanto llego al trabajo, saco el diario donde anoto todos sus sueños. Pongo la fecha y escribo los de la mañana. Cuando me pongo melancólico o me siento aburrido abro el diario y leo alguno de ellos. Lo memorizo, los imagino, los hago parte de mí.
-¿Qué tal tu fin de semana? - me pregunta un compañero del trabajo.
-¡De maravilla! Salí con mi esposa a dar un paseo por las montañas.