2017-11-09

Game Boy Color

Francisco López Ibarra

Me dijo que no me prestaba la cámara del Game Boy Color porque estaba maldita. Que cada perro que retrataba se le moría. No le creí, pinche egoísta. Pero después me contó que el primero fue uno que le compraron porque ya se habían hartado de los hámsters. Y quizás nunca pensaron que, cuando se muriera ese cachorrito, iba a llorar peor que de morro, cuando no le compraban un juguete que quería. Raro que no llorara cuando se le morían los pollitos de colores. Un niño de la calle le enseñó a revivirlos: les ponía una lata encima, y luego le pegaba con redoble ritmo de solo de batería. El animalito volvía a respirar por un rato, luego se sacudía como si dijera: mátame, mátame. Y es que esos pollitos tenían colores súper cool: verde kiwi, azul eléctrico, amarillo pikachu, rojo paleta y morado trasparentoso: los mismos del Game Boy Color, había que tenerlos todos. Y en la cámara
pude ver la foto del primer perro que se le murió.
Al segundo le tomó la foto en cuanto llegó a su casa. Si no se la tomó cuando se lo compraron fue porque en esos tiempos no había pilas recargables. Pura del conejito tambor y del gato eléctrico, además de las pilas chinas que soltaban líquido y luego te daba miedo morder porque estaban medio aguadas. No duraban ni un disco completo en los discman sin anti-shock. Algunas a penas y alcanzaban para media rola: ni siquiera llegabas a la parte que querías escuchar. La foto del Game Boy Color era de tres días antes, luego le dio parvovirus y chingó a su madre el perrito.
Ya no quisieron comprarle más animales. Ya basta de peces bocarriba o hámsters que huyen por la noche, aquellos que desaparecieron instinto del gato del vecino o los que simplemente murieron y nadie dijo nada. Las tortugas secas y los pajaritos tiesos; las mascotas en general, que le enseñaron sobre la muerte. Siguió tomando fotos a objetos inanimados, haciendo secuencias de juguetes asesinándose o retratando desconocidos en la calle.
Una tarde vino a mi casa y se le olvidó la cámara del Game Boy Color. Así que se la puse a mi Game Boy Advance: había fotos de animales, de perros, de gatos; de desconocidos que debieron haber muerto, también de coches clásicos y juguetes de pokemón sin cabeza; las secuencias de sus animaciones y los giros. Luego vi que tenía una foto de mi perro, que tomó en la tarde: esa misma noche se fue esconder abajo de la cama, de donde salió tieso.Y te hablo para decirte que el siguiente en el álbum de la cámara del Game Boy Color parecías ser tú.

Publicado en Kraft No. 002

En exclusiva para Kraft Vol. 02 [Mayo 2015] http://revistakraft.com/

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