2019-01-22

Los muchos rostros del erotismo


Ulises Paniagua




Hay que hablar de amor y deseo
mientras nos queden labios con qué besar
U.P.


Hablar de erotismo es habitar lenguajes múltiples: por ejemplo, el del cuerpo de cada quien. Es disfrutar un beso a ocho labios, descubrir mariposas en un ropero ardiente, echar a andar el auto de la pasión en la carretera del paraíso y el infierno. Es claro, no se puede vivir sin erotismo, pues en el acercamiento de los cuerpos éste es un factor sublime, poético.
En la vida cotidiana, por otra parte, el erotismo representa el apetito de vivir. Erotizar es ser a pesar de la prohibición, de la persecución. Archibald McLeish, escribe en uno de sus textos, el poema no significa, el poema es. Lo mismo aplica al erotismo: lo lúbrico existe per se, no requiere cuestionarse; aparece en absoluta libertad. Según Julio Marchio, el erotismo es el acto de nombrar lo prohibido. Lo prohibido existe en el reino de lo con-sensual. Es ilícito porque se sueña despierto con él, se hace deseable de forma mental, en principio; y nos separa del instinto salvaje, aunque coquetea con ello. En un sentido profundo, el escritor y filósofo George Bataille destaca que la prohibición universal se opone a la animalidad de los cuerpos. Se opone y se acerca, añadiríamos. Octavio Paz confirma y debate esta visión, al profundizar en aquello que separa a lo estrictamente animal de la sensualidad humana. Dice Paz: “…erotismo y sexualidad son reinos independientes aunque pertenecen al mismo universo vital. Reinos sin fronteras o con fronteras indecisas, cambiantes (...) El mismo acto puede ser erótico o sexual, según lo realice un hombre o un animal. La sexualidad es general; el erotismo, singular”. La fiereza de lo amado, entonces, es inseparable. No hay partes en este todo. Lo dulce y lo salvaje se llevan en la piel, al mismo tiempo.
Cuando se toca el erotismo, es necesario nombrar al deseo. El anhelo de lo que no se tiene, la promesa de lo que se puede poseer y, en el mejor de los casos, compartir. El deseo, más allá de la pulsión sexual, es el motivo nuestro de cada día, la utopía cotidiana; se persigue de manera eterna la posibilidad de algo, de cualquier cosa, como Aquiles persigue a la tortuga por el puro anhelo de darle alcance. En el mundo de los enamorados, el objeto de deseo lo es todo: es la isla prometida, la meta, la llave, la locura, el encierro y la salida. Y si no, habrá que preguntarle a Romeo, a Isolda, a Tristán, a Julieta.
Aunque el deseo tiene sus variantes, como lo hace saber Roland Barthes, al citar a los griegos: No es la misma languidez: hay dos palabras: Pothos, para el deseo del ser ausente, e Himeros, más palpitante, para el deseo del ser presente. Rosario Castellanos, emulando a Óscar Wilde, escribió alguna vez “Matamos lo que amamos, lo demás no ha estado vivo nunca”. Hablando de la pasión, podríamos jugar con el verso y declarar: “Perseguimos lo que amamos, aunque no hubiera estado vivo nunca”. Se desea porque se tiene. Se desea porque no se tiene.
Luego, viene lo tanático. En el tiempo del amor, el poeta trabaja cantando a la vida, a otro cuerpo, incluso a la posibilidad, la sombra de otro cuerpo, o la muerte. La cercanía del poeta con lo pasional y lo perene es profunda. Volviendo a Bataille, el erotismo es la libertad absoluta, la libertad de hacer, es el desarrollo de la pasión, así, aun cuando se escribe acerca de la muerte, se recurre a la vida; Tánatos y Eros están unidos por un cordón umbilical indisoluble, construido con los hilos de la naturaleza; es decir, con la aceptación de la armonía y la destrucción, el equilibro del ying y el yang, la gracia y la ferocidad de un potro desbocado. Del miedo a la muerte nace el goce. Y, de forma recíproca, cuando gozamos al límite, conocemos la muerte chica.
Se paladean ciertas palabras que corresponden al acto del amor: goce, deleite, disfrute, delicia, orgasmo, muslo, desnudez. Porque hablar de amor es tan sabroso como hacerlo. Gozar es cantar a la tierra con los sentidos y su comunión, como lo confirman antiguos versos mexicas: En la tierra tan sólo / es el bello cantar, la flor hermosa: / es la riqueza nuestra, es nuestro adorno: / gocémonos con ella. En los versos se disfrutan, se solfean las emociones, las sensaciones que acuden al pensamiento. Los poetas son seres eróticos, no sólo por la relación que guardan con el asunto amoroso (ya sea del tipo hombre con mujer, hombre con hombre, mujer con mujer, mujer con hombres, mujer con mujeres, hombre con mujeres, hombre con hombres, mujeres y hombres con hombres y mujeres, mujer u hombre con Dios o con la nada), sino por las circunstancias que les atan a la tierra y a la estética del cuerpo humano.
¿Cómo consigue el poeta adentrarse al terreno de lo pasional? Hay vertientes a perseguir: pornografía, realismo sucio, erotismo delicado, sublimación metafórica, orgasmo religioso. Desde luego, depende de la sensibilidad del autor y de los lectores, aunque se mantiene cierta sensualidad y belleza, siempre, a pesar de cualquier feísmo intencional, porque de lo que se trata es de hacer poesía, y no mercantilismo. La diferencia, en gran medida, se halla en el lenguaje. Para comprender la diferencia entre lo erótico y la pornografía, acudimos a Guillermo Pozo (para quien la respuesta está en la palabra): En función de deslindar erotismo y pornografía, señalamos que en la escritura pornográfica el sexo es el eje que pone en movimiento el texto, jugando más a la erección, al efectismo y al espejismo sexual, mientras que en la escritura erótica lo que está en juego es el lenguaje como proceso creativo, por lo que se puede afirmar que la pornografía literaria es el analfabetismo de la fantasía en acción; mientras que lo erótico, siendo búsqueda, persigue el fuego devastador de los sentidos.
De este modo, la imaginación se convierte en el barro de Eros, invita a la construcción de alegorías o metáforas. El ritmo es fundamental. Cuando leemos poemas de este corte, nos sentimos seducidos por la audacia intelectual, aunque también por la música de los fonemas; nos gusta tanto lo que se dice, como la cadencia con la que se dice; los poemas sensuales nos transportan al ritmo de las palabras y a la calidez o violencia con que éstas nos envuelven. Si, como lo mencionó Paz alguna vez, el erotismo es una invención cultural, entonces, el poema se convierte, en la íntima relación autor-lector, en el más puro erotismo personal.
Muchos escritores que abordan este género, lo hacen para compartir sus experiencias, erotómanos que disfrutan del acto sexual; otros, son exploradores en el bosque de la seducción. La sensualidad toma muchos rostros, nombres, aromas y matices. Sucede así con autores como Henry Miller, Anaïs Nin y Jaime Sabines, quienes llevaron una vida sexual interesante. Otros tantos, consagraron su ferviente deseo a la figura de una pasión superior, irrefrenable: Dios o sus manifestaciones. Así, los poemas dedicados a Cristo por San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús, son misivas clandestinas para un celestial amante de carne y hueso. Cito a Santa Teresa: Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios.
Lo fundamental, al estar vivos, es el ejercicio de la pasión, el goce a pesar de la incertidumbre del día último. Alguien me habló al oído todos los días de mi vida, suavemente / Me dijo vive, vive, vive…era la Muerte, confiesa Sabines en uno de sus muchos poemas. Se disfruta para morir; y lo erótico se refleja en la personalidad de cada poeta. Octavio Paz, por ejemplo, frío y racional, escribe La llama doble, donde encontramos una disección clínica, socio-cultural de lo amoroso. Por su parte, entregado a su ímpetu al mundo, Federico García Lorca incendia Andalucía con sus valses de Viena, sus casadas infieles y sus gitanos de fuego, a los que los muslos de la chica en turno se escapaban / como peces sorprendidos / la mitad llenos de lumbre / la mitad llenos de frío. Cortázar, por su parte, elogia un erotismo discreto y profundo, lleno de retozos lingüísticos, a la manera de los juegos fonéticos de Alfred Jarry y Raymond Queneau, aunque en una versión carnal: Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Donatien Alphonse Francois de Sade, mejor conocido como el Marqués de Sade, en cambio, aproxima a sus mujeres, Juliette y Justine, a los límites de la pornografía o lo grotesco, con personajes sumergidos en una dosis de deseo reprimido y desbordada exaltación. Lenore Kandel, poeta beat, emplea la sexualidad como una combativa arma de feminismo, y escribe entre los poemas que le valieron un juicio por obscenidad en los Estados Unidos: te amo / tu pene en mi mano / se alborota como un pájaro / entre mis dedos / mientras te hinchas y creces duro en mi mano / forzando a mis dedos a abrirse / con tu rígida fuerza / eres hermoso.
Cuando se escribe algo erótico, no hay otra pretensión que no sea la de seducir. Si somos sinceros, cualquier acto de escritura guarda este propósito hacia los lectores. El escritor deja que coman de él, que coman de su carne, a la manera de la canción de Gustavo Cerati, para enamorar. La pasión y el deseo se desbordan. La poeta o el poeta conducen al lector al casto tálamo, al lujurioso y desbordado motel, al lúbrico e íntimo edén, al callejón furtivo de la esquina. Intentan convencerlo. Es importante, entonces, el hecho de no utilizar mensajes explícitos que hagan del poema una monta animal; sino por el contrario, se dota a la literatura de calor, del instinto salvaje que se viste de piel y labios a través de la palabra y la inteligencia. Para erotizar es necesario amar la vida, la muerte y el oscuro misterio que reside justo en medio de ambas. Vivir es ser erótico. Para escribir sobre los cuerpos, hace falta imaginación y entrega, manejar el lenguaje lúdico, húmedo, a veces patafísico; hace falta encamar a alguien o a todos, sin pudor. Para escribir lo erótico es necesario liberarse del ancho peso de la piel, del lastre del qué dirán, de ese otro yo que no nos permite trascender a través de la carne. Escribir lo erótico es encontrarse con otro cuerpo, u otros cuerpos bien entrada la noche, con la puerta abierta, en completa desnudez.


Casa del Poeta Ramón López Velarde, 17 de Febrero del 2019.

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