Ulises Paniagua
Hay que hablar de amor y deseomientras nos queden labios con qué besarU.P.
Hablar de erotismo es habitar lenguajes múltiples: por ejemplo, el
del cuerpo de cada quien. Es disfrutar un beso a ocho labios,
descubrir mariposas en un ropero ardiente, echar a andar el auto de
la pasión en la carretera del paraíso y el infierno. Es claro, no
se puede vivir sin erotismo, pues en el acercamiento de los cuerpos
éste es un factor sublime, poético.
En la vida cotidiana, por otra parte, el erotismo representa el
apetito de vivir. Erotizar es ser a pesar de la prohibición,
de la persecución. Archibald McLeish, escribe en uno de sus textos,
el poema no significa, el poema es. Lo mismo aplica al
erotismo: lo lúbrico existe per se, no requiere cuestionarse;
aparece en absoluta libertad. Según Julio Marchio, el erotismo es el
acto de nombrar lo prohibido. Lo prohibido existe en el reino de
lo con-sensual. Es ilícito porque se sueña despierto con él, se
hace deseable de forma mental, en principio; y nos separa del
instinto salvaje, aunque coquetea con ello. En un sentido profundo,
el escritor y filósofo George Bataille destaca que la prohibición
universal se opone a la animalidad de los cuerpos. Se opone y se
acerca, añadiríamos. Octavio Paz confirma y debate esta visión, al
profundizar en aquello que separa a lo estrictamente animal de la
sensualidad humana. Dice Paz: “…erotismo y sexualidad son reinos
independientes aunque pertenecen al mismo universo
vital. Reinos sin fronteras o con fronteras indecisas, cambiantes
(...) El mismo acto puede ser erótico o sexual, según lo realice un
hombre o un animal. La sexualidad es general; el erotismo, singular”.
La fiereza de lo amado, entonces, es inseparable. No hay partes en
este todo. Lo dulce y lo salvaje se llevan en la piel, al mismo
tiempo.
Cuando se toca el erotismo, es necesario nombrar al deseo. El anhelo
de lo que no se tiene, la promesa de lo que se puede poseer y, en el
mejor de los casos, compartir. El deseo, más allá de la pulsión
sexual, es el motivo nuestro de cada día, la utopía cotidiana; se
persigue de manera eterna la posibilidad de algo, de cualquier cosa,
como Aquiles persigue a la tortuga por el puro anhelo de darle
alcance. En el mundo de los enamorados, el objeto de deseo lo es
todo: es la isla prometida, la meta, la llave, la locura, el encierro
y la salida. Y si no, habrá que preguntarle a Romeo, a Isolda, a
Tristán, a Julieta.
Aunque el deseo tiene sus variantes, como lo hace saber Roland
Barthes, al citar a los griegos: No es la misma languidez: hay dos
palabras: Pothos, para el deseo del ser ausente, e Himeros, más
palpitante, para el deseo del ser presente. Rosario Castellanos,
emulando a Óscar Wilde, escribió alguna vez “Matamos lo que
amamos, lo demás no ha estado vivo nunca”. Hablando de la pasión,
podríamos jugar con el verso y declarar: “Perseguimos lo que
amamos, aunque no hubiera estado vivo nunca”. Se desea porque se
tiene. Se desea porque no se tiene.
Luego, viene lo tanático. En el tiempo del amor, el poeta trabaja
cantando a la vida, a otro cuerpo, incluso a la posibilidad, la
sombra de otro cuerpo, o la muerte. La cercanía del poeta con lo
pasional y lo perene es profunda. Volviendo a Bataille, el
erotismo es la libertad absoluta, la libertad de hacer, es el
desarrollo de la pasión, así, aun cuando se escribe acerca de
la muerte, se recurre a la vida; Tánatos y Eros están unidos por un
cordón umbilical indisoluble, construido con los hilos de la
naturaleza; es decir, con la aceptación de la armonía y la
destrucción, el equilibro del ying y el yang, la
gracia y la ferocidad de un potro desbocado. Del miedo a la muerte
nace el goce. Y, de forma recíproca, cuando gozamos al límite,
conocemos la muerte chica.
Se paladean ciertas palabras que corresponden al acto del amor: goce,
deleite, disfrute, delicia, orgasmo, muslo, desnudez. Porque hablar
de amor es tan sabroso como hacerlo. Gozar es cantar a la tierra con
los sentidos y su comunión, como lo confirman antiguos versos
mexicas: En la tierra tan sólo / es el bello cantar, la flor
hermosa: / es la riqueza nuestra, es nuestro adorno: / gocémonos con
ella. En los versos se disfrutan, se solfean las emociones, las
sensaciones que acuden al pensamiento. Los poetas son seres eróticos,
no sólo por la relación que guardan con el asunto amoroso (ya sea
del tipo hombre con mujer, hombre con hombre, mujer con mujer, mujer
con hombres, mujer con mujeres, hombre con mujeres, hombre con
hombres, mujeres y hombres con hombres y mujeres, mujer u hombre con
Dios o con la nada), sino por las circunstancias que les atan a la
tierra y a la estética del cuerpo humano.
¿Cómo consigue el poeta adentrarse al terreno de lo pasional? Hay
vertientes a perseguir: pornografía, realismo sucio, erotismo
delicado, sublimación metafórica, orgasmo religioso. Desde luego,
depende de la sensibilidad del autor y de los lectores, aunque se
mantiene cierta sensualidad y belleza, siempre, a pesar de cualquier
feísmo intencional, porque de lo que se trata es de hacer poesía, y
no mercantilismo. La diferencia, en gran medida, se halla en el
lenguaje. Para comprender la diferencia entre lo erótico y la
pornografía, acudimos a Guillermo Pozo (para quien la respuesta está
en la palabra): En función de deslindar erotismo y pornografía,
señalamos que en la escritura pornográfica el sexo es el eje que
pone en movimiento el texto, jugando más a la erección, al
efectismo y al espejismo sexual, mientras que en la escritura erótica
lo que está en juego es el lenguaje como proceso creativo, por lo
que se puede afirmar que la pornografía literaria es el
analfabetismo de la fantasía en acción; mientras que lo erótico,
siendo búsqueda, persigue el fuego devastador de los sentidos.
De este modo, la imaginación se convierte en el barro de Eros,
invita a la construcción de alegorías o metáforas. El ritmo es
fundamental. Cuando leemos poemas de este corte, nos sentimos
seducidos por la audacia intelectual, aunque también por la música
de los fonemas; nos gusta tanto lo que se dice, como la cadencia con
la que se dice; los poemas sensuales nos transportan al ritmo de las
palabras y a la calidez o violencia con que éstas nos envuelven. Si,
como lo mencionó Paz alguna vez, el erotismo es una invención
cultural, entonces, el poema se convierte, en la íntima relación
autor-lector, en el más puro erotismo personal.
Muchos escritores que abordan este género, lo hacen para compartir
sus experiencias, erotómanos que disfrutan del acto sexual; otros,
son exploradores en el bosque de la seducción. La sensualidad toma
muchos rostros, nombres, aromas y matices. Sucede así con autores
como Henry Miller, Anaïs Nin y Jaime Sabines, quienes llevaron una
vida sexual interesante. Otros tantos, consagraron su ferviente deseo
a la figura de una pasión superior, irrefrenable: Dios o sus
manifestaciones. Así, los poemas dedicados a Cristo por San Juan de
la Cruz y Santa Teresa de Jesús, son misivas clandestinas para un
celestial amante de carne y hueso. Cito a Santa Teresa: Veíale en
las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía
tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón
algunas veces y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me
parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor
grande de Dios.
Lo fundamental, al estar vivos, es el ejercicio de la pasión, el
goce a pesar de la incertidumbre del día último. Alguien me
habló al oído todos los días de mi vida, suavemente / Me dijo
vive, vive, vive…era la Muerte, confiesa Sabines en uno de sus
muchos poemas. Se disfruta para morir; y lo erótico se refleja en la
personalidad de cada poeta. Octavio Paz, por ejemplo, frío y
racional, escribe La llama doble, donde encontramos una
disección clínica, socio-cultural de lo amoroso. Por su parte,
entregado a su ímpetu al mundo, Federico García Lorca incendia
Andalucía con sus valses de Viena, sus casadas infieles y sus
gitanos de fuego, a los que los muslos de la chica en turno se
escapaban / como peces sorprendidos / la mitad llenos de lumbre / la
mitad llenos de frío. Cortázar, por su parte, elogia un
erotismo discreto y profundo, lleno de retozos lingüísticos, a la
manera de los juegos fonéticos de Alfred Jarry y Raymond Queneau,
aunque en una versión carnal: Apenas él le
amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en
hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes.
Donatien Alphonse Francois de Sade, mejor conocido como el Marqués
de Sade, en cambio, aproxima a sus mujeres, Juliette y Justine, a los
límites de la pornografía o lo grotesco, con personajes sumergidos
en una dosis de deseo reprimido y desbordada exaltación. Lenore
Kandel, poeta beat, emplea la sexualidad como una combativa arma de
feminismo, y escribe entre los poemas que le valieron un juicio por
obscenidad en los Estados Unidos: te amo / tu pene en mi mano / se
alborota como un pájaro / entre mis dedos / mientras te hinchas y
creces duro en mi mano / forzando a mis dedos a abrirse / con tu
rígida fuerza / eres hermoso.
Cuando se escribe algo erótico, no hay otra pretensión que no sea
la de seducir. Si somos sinceros, cualquier acto de escritura guarda
este propósito hacia los lectores. El escritor deja que coman de
él, que coman de su carne, a la manera de la canción de Gustavo
Cerati, para enamorar. La pasión y el deseo se desbordan. La poeta o
el poeta conducen al lector al casto tálamo, al lujurioso y
desbordado motel, al lúbrico e íntimo edén, al callejón furtivo
de la esquina. Intentan convencerlo. Es importante, entonces, el
hecho de no utilizar mensajes explícitos que hagan del poema una
monta animal; sino por el contrario, se dota a la literatura de
calor, del instinto salvaje que se viste de piel y labios a través
de la palabra y la inteligencia. Para erotizar es necesario amar la
vida, la muerte y el oscuro misterio que reside justo en medio de
ambas. Vivir es ser erótico. Para escribir sobre los cuerpos, hace
falta imaginación y entrega, manejar el lenguaje lúdico, húmedo, a
veces patafísico; hace falta encamar a alguien o a todos, sin pudor.
Para escribir lo erótico es necesario liberarse del ancho peso de la
piel, del lastre del qué dirán, de ese otro yo que no nos permite
trascender a través de la carne. Escribir lo erótico es encontrarse
con otro cuerpo, u otros cuerpos bien entrada la noche, con la puerta
abierta, en completa desnudez.
Casa del Poeta Ramón López Velarde, 17 de Febrero del 2019.