2015-11-20

Contra la rutina

Macarena Muñoz Ramos


No, decapitarlos con un alambre del número ocho ya no me satisfacía. Necesitaba más acción. Empezaba a aburrirme. Es que el vicio es más fuerte que yo. Déjame que te explique cómo empezó todo. Fue cuando me deshice de mi marido. Me hartó su manía de hacerme cosquillas todo el tiempo. Por eso lo maté. ¿Qué si me dolió? Quizá. Tenía unas manos preciosas y no pude rescatarlas. Él mismo se las destrozó cuando intentaba escapar, ¿qué le vamos a hacer? Pero ahora las colecciono. Tengo un par de tarros con formol llenos de ellas. Hay de todo tipo y tamaños: de dedos largos o cortos, grandes como de obrero o finas como de músico. Son mi delirio. ¿Los ojos? ¡Ah, los ojos! También los conservo. Son mi pequeño capricho. Antes de marcharme a dormir, me gusta contemplarlos: tengo el tarro en mi mesita de noche. ¿El resto? Queda casi inservible. Es que aún no aprendo a hacer grandes disecciones. Así que entierro los cuerpos de inmediato. Además, los vecinos son tan curiosos. No es que me preocupe, pero siempre me pillan cuando llevo las bolsas de plástico negro al jardín de atrás. Mi excusa favorita es la postura ecológica tan de moda. Les explico que si entierro la basura orgánica es para que sirva de abono a mis hermosas flores y plantas. Aunque el verdadero festín es para mi Pólux y mi Cástor. Mi única compañía. Mis criaturitas. Los consiento demasiado: corazón, lengua, hígado. Sólo lo mejor para ellos. Y me lo agradecen con sensuales ronroneos. Pero por hoy es suficiente. Aunque continúo con esa sensación de aburrimiento. Estoy harta. Ayer pasé por una ferretería del centro. Miré durante largo rato los escaparates. El ácido estaba rebajado. También las sierras eléctricas. Tal vez mañana vuelva. Sería bueno cambiar de método, ¿no crees?

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