2019-02-04

Sobre la tersura de los poetas, o un breve homenaje a la poética del amigo Pérez Escorza

Ulises Paniagua

En el ámbito del mundo literario, entre las estruendosas calles y la discreción de los centros culturales, pasando por el bullicio de la cantina, y la intimidad de una galería-café, existen diferentes tipos de poetas. Comentaba Jaime Sabines, en su infinita lucidez, que hay dos clases de poetas modernos: aquellos, sutiles y profundos, que adivinan la esencia de las cosas y escriben: “Lucero, luzcero, luz Eros, la garganta de la luz pare colores cóleros”, etcétera, y aquellos que se tropiezan con una piedra y dicen “pinche piedra”. Es decir, están los poetas desaforados, desafinados, excéntricos, estrambóticos, que al estilo de los viejos rapsodas recitan versos en medio de mercados, carreteras, plazas y verbena: Ginsbergh, Kerouac, los infrarrealistas; y aquéllos que guardan sus versos con los ropajes de la intimidad de la casa y su silencio: Emily Dickinson, Alfonso Reyes, Fernando Pessoa, por citar tres ejemplos. Ninguna tipología, por así llamarla, es mejor que la otra.

No es exagerado asegurar que Ángel Pérez Escorza, motivo de estas palabras y hacedor de muchas otras, pertenece a ambas estirpes, lo que lo vuelve un autor complejo y completo, a la manera de aquel Oliveiro, personaje entrañable de la película El lado oscuro del corazón (de Eliseo Subiela), quien era capaz de recitar versos a cambio de unas monedas en un crucero citadino, de la misma manera que dialogaba con la muerte en medio de una habitación, solo por completo. Ángel ha asumido la lucha, a través de los versos, por y contra la vida. Eso lo vuelve un tipo admirable.

Había decidido leer, esta noche, el prólogo que escribí para mi amigo hace tiempo, cuando la posibilidad de un libro era apenas un sueño para él, y una experiencia extraña para mí. Mas los años pasaron. En medio de las caudalosas cascadas del río, ese río que menciona Heráclito en sus textos, fuimos otros. En algún micro-relato menciono, no sin cierto pudor, que de vez en vez, cada determinado lapso de vida, nos convertimos en una persona diferente. Mudamos, somos los mismos, pero distintos. No soy el mismo Ulises que conoció a Ángel hace más de un lustro. Tampoco él es el mismo. Se ha hecho poeta, con todas las de la ley de los poetas. Porque aprendió del dolor, que es el aguijón más punzante, el mejor y más caro maestro del escritor. Aprendió a través de las traiciones del destino, y de las alegrías a cuentagotas que le han llenado de sano cascajo el corazón. Fue al infierno con Virgilio interpretado por sí mismo-, y regresó para escribir sus memorias. Si alguien me ha enseñado que uno puede y debe sobrevivir a las heridas, caminar con los pies llagados, ése es Ángel, mi hermano, quien ha sabido encontrarse en medio de la tormenta, de las muchas tormentas, contra todos y contra la discordia literaria, que no es menos. Cada hombre es lo que hace con lo que hicieron de él, dice Jean Paul Sartre, inteligente. Mi buen camarada ha hecho de sus tragedias y sus triunfos lo que es: un poeta.

No debe pensarse, sin embargo, que se habla bien de alguien exclusivamente por el camino de sus días. Hay que alabar a los poetas a través del viaje que emprenden a través de sus lecturas, de su minuciosidad para aprender técnicas, recursos literarios, para apropiarse de las metáforas, del ritmo y las alegorías. Conocí a un chico con muchas ilusiones, con los ojos llenitos de esperanza, y ahora reconozco a un becario, a un autor hecho, publicado por revistas de la talla de Círculo de Poesía, quien intercambia correspondencia electrónica con varios poetas conocidos en medio del panorama iberoamericano: un personaje de respeto. Por otra parte (a la par por cierto) presumo, a la moda borgiana, más que al autor, al lector, ése con el cual he aprendido de poesía tanto como él puede haber aprendido de mí. Hace poco, en la fugacidad de Facebook compartía un pensamiento donde daba su lugar a los buenos lectores. Debo tanto a los buenos lectores, reflexionaba…Y mi hermano, el poeta, éste que camina a mi lado, es uno de ellos. Hemos recitado, memorizado, invocado versos en las frías noches del hermoso y místico Real del Monte, entre el frío, y las tumbas del Cementerio Británico; entre un café, un cigarro o un buen trago de tequila. Hemos sido convocados, alquimistas, filósofos. Conozco de memoria más de un verso de Pérez Escorza, y algún verso de otro, comentado por Pérez Escorza, que . quedado registrado en los pliegues de mi memoria. Es claro, qué se debe recordar de los grandes bardos sino los buenos versos. Somos compañeros de versos y poemas. Eso somos, antes que nada y que nadie.

Esta noche había decidido hablar del libro que celebramos, “Motivos para desmenuzar el insomnio”; procuraría citar alguna página, seguro validar la calidad de poemas que se autorizan por cuenta propia a través de su lectura. Pero preferí callar. Callar, de forma simbólica, para internarme en esta reflexión acerca del ser humano que escribió el libro, este libro que todos deben leer.

Hace poco, Álvaro Vallarta, también presente, leía en mi programa de radio un poema contra Neruda, donde anotaba los últimos versos que él le escribió, y no por animadversión poética, sino por la cuestionable calidad humana del autor chileno, quien rechazó a su hija por sus deficiencias y desventajas en medio de la crueldad del mundo. Vallarta y yo comentamos, aquella tarde, que un poeta no es sólo un autor, no debe ser sólo un autor, sino también y antes que otra cosa, un complejo buen ser humano. No creo en los poetas insensibles, tecnócratas, reyes de su rincón. No. Creo en la poesía que vale, en la poesía profunda, humana, científica, musical, introspectiva, reflexiva, combativa u honesta, ésa que convierte en imposible lo posible sólo para hacer posible lo imposible. En ese tipo de poemas creo. El autor que hoy nos reúne pertenece a ese tipo de vates.

Extrovertida e íntima, la poética de Ángel Pérez Escorza es, en esencia, humana y cierta. ¿Qué más se puede pedir al primer gran libro de un muy buen poeta? Vendrán poemas maduros, ya le he leído algunos. Ustedes los leerán. Lo adelanto. Serán testigos de mis palabras. Vendrá ese tiempo. Por lo pronto, como el grupo de lectores anónimos al que pertenezco sugiere, celebro la vida sólo por hoy, leo a mis amigos sólo por hoy, leo los poemas que me llenan el ojo sólo por hoy, y navego el mar de la literatura a mi alcance, a veces desesperado, a veces complacido. Supongo que, al igual que Ángel, disfruto el estruendo, la soledad, y el instante. Eso nos convierte en almas gemelas. Como Max Rojas diría al leerte, estimado Ángel, en una frase memorable: algún día serás un gran poeta, porque uno muy bueno, ya lo eres.

No sé si el Pérez Escorza, dentro de treinta años, será mejor poeta que el Pérez Escorza que está próximo a alcanzar tres décadas en este calendario ideado por el hombre. No lo sé. ¿Cómo podría saberlo? Y sin embargo, me atrevo a asegurarlo. Hay mucha luz y poesía en su camino. Se adivina. Se olfatea. No es una promesa, es una realidad poética. Abrazo refulgente, desmenuzador de insomnios. Larga vida a la creación artística.


Casa del Poeta Ramón López Velarde, CDMX.
16/01/2019



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