2025-10-27

El shoegaze del futuro tiene nombre: WE WERE JUST HERE, un estallido de luz entre el ruido


Hay bandas que se limitan a habitar la penumbra, y hay otras que deciden perforarla. Just Mustard, quinteto irlandés de Dundalk, pertenece a esta segunda categoría. Con WE WERE JUST HERE, su tercer álbum, el grupo no solo consolida su reputación como arquitectos del ruido emocional, sino que traza un resplandor insólito sobre el paisaje del shoegaze industrial. Este disco es el sonido de una banda que ya no teme a la luz, aunque siga naciendo de la oscuridad.

Desde su debut Wednesday (2018), aquel borrador nebuloso de guitarras reverberantes y melancolía difusa, hasta el golpe de precisión sónico que fue Heart Under (2022), Just Mustard ha sido una banda en constante mutación. WE WERE JUST HERE es la síntesis de esas etapas: un equilibrio entre lo abrasivo y lo vulnerable, entre el vértigo del ruido y la belleza que se esconde en su interior.

El álbum se abre con “Pollyanna”, un estallido hipnótico que suena como si My Bloody Valentine y Suicide compartieran un sueño febril. Las guitarras no solo distorsionan: respiran, gimen, colapsan. En “Endless Deathless”, el caos se vuelve casi bailable; un bajo mecánico impulsa una tormenta de feedback que recuerda a los días más eléctricos de Nine Inch Nails, mientras Katie Ball canta con la distancia de quien flota en medio del desastre.

En el corazón del álbum, “That I Might Not See” y “Silver” dejan entrever la mano maestra del productor David Wrench (FKA Twigs, Frank Ocean), quien moldea el ruido con una elegancia quirúrgica. Hay textura, hay músculo, pero también hay aire: un espacio donde los ecos respiran y las percusiones parecen derretirse en luz líquida.

Y luego está “Dreamer”, el momento más confesional. Cuando Ball suplica “No quiero ir a donde no pueda sentir nada…”, el álbum se detiene, se humaniza, se desnuda. Esa vulnerabilidad es lo que hace que WE WERE JUST HERE trascienda su propio género: no es sólo un disco para los oídos, sino para la piel.

El tema homónimo cierra el viaje con una mezcla inesperada de krautrock, dreampop y una línea sintética que podría haber nacido en una aurora boreal. Es un final que no se apaga, sino que se expande: un eco que recuerda que estuvimos aquí, aunque solo por un instante.

Con este álbum, Just Mustard da un paso definitivo hacia el Olimpo del noise contemporáneo. Es un trabajo que late con fuerza, que encuentra luz en el caos y emoción en el ruido. Una invitación a bailar —o a desintegrarse— en la penumbra.


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