Bersaín Lejarza Abelleyra
Le doy duro aunque sea de subida, duro que le doy al camino de regreso. Despierto un dolor de caballo porque monto al más veloz: Pegaso. Mis primos se echaron para atrás, saben que les ganaría, antes los he dejado con el polvo en los ojos. No saben que teniendo en los pies del corcel una botella de Frutsi, el galope se escucha clarito; habíamos acordado que el ganador se quedaría con las corcholatas. Llegué al atrio no había nadie. ¡Tramposos!, saben que a esta hora no me puedo tardar, tengo que llevar las tortillas a casa de mi abue.
Por ley las corcholatas son mías, las destaparon en la boda de mi hermana. Ahí estaban los dos, de mesa en mesa, juntando a los personajes de TV: el pato de traje de marino, el perro con sombrero verde que parece hueso. Siempre me sale la pinche princesa de zapatos de cristal, tengo tantas que podría hacer un tapete para quitarnos el lodo. Yo fui el menso porque cuando terminó la fiesta, mi papá y mi tío se trenzaron a madrazos. Yo andaba en las mismas por ver quién se quedaba con la colección. Como si no supiera que ahorita están en la casa del árbol que les hizo mi abuelo. No sé para qué quieren esas fichas si tienen esa casa. A mí nadie me construiría nada por la forma de ser de mi papá. Dicen que es ateo pero a él no le gusta el ate. No le gusta nada dulce por eso siempre anda de malas.
Me voy por la zanja, ese es mi camino rápido. Un perro loco sale ladrando, se pone en medio enseñando los dientes. No me puedo detener y giro hasta caer al agua. Por meter las manos se me dobla una muñeca, no me duele, sólo que al moverla parece fideo. Trato de subir a mi caballo pero sentí como si me hubiera picado una avispa. No puedo hacer nada, mas que subirme, sentarme en la orilla y pensar si me voy por las corcholatas, ir por las tortillas o esperar a que alguien me ayude a sacar a mi caballo. Pasa el tiempo pero no personas. Ojalá los teléfonos públicos pudiéramos traerlos como mochilas, así llamaría a mi abuela para mandar a alguien a ayudar. Corro con mis primos para que ellos saquen al potro y así hacer la carrera. Salen, les digo que vayamos al atrio. Dicen que no, ya van a comer. Les pido las corcholatas y escondo la mano. Sale mi tía y dice que las echaron a una bolsa, ahí mismo en el salón de fiestas, que no acostumbran a guardar basura en su casa. Me voy llorando, siento la mano como dentro de un panal. Regreso a la zanja, se han robado a Pegaso. Odio a mi madre por no haberme dado un hermano, un hermano que me ayude a pegarles a mis primos, a rescatar a mi montura, o ir por las tortillas que ahora esperan en la casa.
Material exclusivo del blog del suplemento de cultural de revista Propuesta.