Bersaín Lejarza Abelleyra
Le doy duro aunque sea de subida, duro que le doy al camino de regreso. Despierto un dolor de caballo porque monto al más veloz: Pegaso. Mis primos se echaron para atrás, saben que les ganaría, antes los he dejado con el polvo en los ojos. No saben que teniendo en los pies del corcel una botella de Frutsi, el galope se escucha clarito; habíamos acordado que el ganador se quedaría con las corcholatas. Llegué al atrio no había nadie. ¡Tramposos!, saben que a esta hora no me puedo tardar, tengo que llevar las tortillas a casa de mi abue.

Me voy por la zanja, ese es mi camino rápido. Un perro loco sale ladrando, se pone en medio enseñando los dientes. No me puedo detener y giro hasta caer al agua. Por meter las manos se me dobla una muñeca, no me duele, sólo que al moverla parece fideo. Trato de subir a mi caballo pero sentí como si me hubiera picado una avispa. No puedo hacer nada, mas que subirme, sentarme en la orilla y pensar si me voy por las corcholatas, ir por las tortillas o esperar a que alguien me ayude a sacar a mi caballo. Pasa el tiempo pero no personas. Ojalá los teléfonos públicos pudiéramos traerlos como mochilas, así llamaría a mi abuela para mandar a alguien a ayudar. Corro con mis primos para que ellos saquen al potro y así hacer la carrera. Salen, les digo que vayamos al atrio. Dicen que no, ya van a comer. Les pido las corcholatas y escondo la mano. Sale mi tía y dice que las echaron a una bolsa, ahí mismo en el salón de fiestas, que no acostumbran a guardar basura en su casa. Me voy llorando, siento la mano como dentro de un panal. Regreso a la zanja, se han robado a Pegaso. Odio a mi madre por no haberme dado un hermano, un hermano que me ayude a pegarles a mis primos, a rescatar a mi montura, o ir por las tortillas que ahora esperan en la casa.
Material exclusivo del blog del suplemento de cultural de revista Propuesta.