2019-03-30

Oasis, cortometraje de la directora Anette Diep Rodríguez

Anette Diep Rodríguez

Sinopsis: Una mujer despierta en el desierto, y en su búsqueda por agua, intenta descubrir qué es real y qué una alucinación.  
La idea de “Oasis” surge desde el 2014 a través de un cuento que escribí, y la recupero en 2017 como parte de un proyecto universitario, aunque se ha vuelto más grande que eso. En un principio parecía la simple anécdota de una chica perdida en el desierto, pero conforme la he ido compartiendo, las interpretaciones de cada quien le han dado vida e incluso personalidad propia, dejó de ser sólo una chica en el desierto para volverse “claustrofobia”, “ansiedad”, “soledad”, e incluso “las mujeres desaparecidas”. Recuerdo cuando le conté la historia a Harumi Honda, mi actriz, y me dijo “Me recuerda a todas esas mujeres que aparecen en el desierto, se nota que soñaron con volver algún día a su habitación”, y a mí me impactó tanto que le dije: “Claro, trabajemos con eso”. Y así fue que conseguimos el grito desesperado que causó escalofríos a todo el crew durante la grabación, y esa sensación de realismo pese a todo lo onírico del cortometraje. Lo que yo planeé al principio, era atañer a los instintos más básicos del ser humano: la sed y la supervivencia. Quería que al ver el cortometraje, la gente sintiera su desesperación, tuviera calor, se le secara la garganta, pero conseguí mucho más que eso; al no saber si la realidad es el desierto o la recámara, muchos llegaron a decir que se identificaban con el sentimiento de soledad y ansiedad de estar encerrados en sus cuartos, o incluso en la vida.

El cuento original:
La razón no era concreta, pero cada vez que cerraba los ojos se encontraba de nuevo en el intenso calor de un desierto árido e inhabitado. Por suerte sólo era una pesadilla, aunque aún no podía comprender por qué era siempre la misma. Despertaba sedienta y jadeando, luego volteaba asustada hacia la ventana, pero no había de qué preocuparse, la lluvia aún no paraba. No importaba que la electricidad estuviera fuera de servicio porque el simple sueño la había deslumbrado, no importaba que no pudiera prender el calefactor pues seguía sintiendo el calor del desierto, ya no sabía si su sudor era por el terror de la pesadilla o si verdaderamente sentía los rayos solares quemándole la piel. Simplemente quería continuar con aquella vista de las gotas de agua que caían de un cielo nublado, tenía una intensa necesidad de sentirlas caer con una dulce melodía sobre su piel; pero cada vez que intentaba levantarse de la cama volvía a estar tendida en el suelo lleno de arena y sin rastro de agua. 

El equipo con el que trabajé fue maravilloso, entre todos logramos concretar una idea colectiva y expresarlo en pantalla. Cuando me reuní con Alejandro Méndez, mi fotógrafo, para hablar del cómo haríamos los planos, me dijo que de sólo leer el guion le había dado sed, y justo eso quería lograr con cada fotograma. Trabajamos en ello un par de semanas, pensando cómo colocaríamos la cámara y qué colores usaríamos en cada locación. Buscando lugares en dónde grabar, decidimos que sería en Santa Isabel Cholula, en unos terrenos baldíos que, gracias a unos tíos que viven allá, logramos que nos prestaran; pensamos en dónde pondríamos la cámara para que pareciera un desierto amplio y no sólo un terreno abandonado y también en cómo sobrellevaríamos el reto de estar ahí grabando desde las 11 am, hasta las 5 pm, ya que la casa más cercana estaba a unos veinte minutos caminando, y no teníamos luz ni baños. Finalmente llevamos unas hieleras con mucha agua, varias sombrillas y (afortunadamente) nadie tuvo necesidad de ir al baño. Admiro sobre todo el trabajo de mi equipo de arte, Alin M. Colin, Andoni Pizano y Mauricio Macías, quienes lograron juntar suficiente arena en cubetas que tuvieron que cargar hasta la locación, y así crear el efecto de que Harumi estuviera enterrada, en ambas locaciones realmente, aunque igualmente los del equipo de staff Lorenzo Ramírez, Krystel Ocaña y Dagoberto Atoral ayudaron. Emanuel Coca, mi gaffer, es quien logra esa iluminación onírica dentro de la habitación, la idea era mantener tonos azules y fríos, pero un naranja en el rostro de la actriz para destacar que ella sigue siendo sed y calor, no importa dónde se encuentre.

La musicalización la trabajo junto con Juan Contreras, con quien únicamente tuve comunicación por teléfono, pero fue suficiente para que los dos estuviéramos en la misma sintonía. Lo conocí por el trabajo que hizo en su álbum Selección espontánea, le mostré el primer corte del cortometraje y dije que quería mantener sonidos muy orgánicos, como golpeando huesos o incluso el roce de la arena con algún metal, él comprendió perfectamente y me entregó justo lo que buscaba. En el álbum del soundtrack de Oasis se pueden percibir todos esos sonidos que le pedí, pero gracias a que él ya había visto el cortometraje, también se pueden diferenciar perfectamente los espacios y las emociones que se querían transmitir. Posteriormente, ya con la música y el video unidos, Carlos Flores se encargó de hacer la mezcla sonora, potencializando los sonidos de la música al agregarle otros que fueran necesarios para la narrativa audiovisual; personalmente creo que el trabajo sonoro hizo un maridaje genial con la imagen, y ambos destacan de maravilla al ver el trabajo final. 

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