Lucía Izquierdo
Acorde a Sigmund Freud, es muy importante hacer consciente lo inconsciente y reconocer que los sueños son el lenguaje del Inconsciente; "Los sueños son el primer eslabón de una serie de formaciones psíquicas (...) su valor es más teórico que práctico y nos pueden ayudar a explicar la génesis de las fobias, neurosis e ideas obsesivas (...) Cada sueño se revela como una formación plena de sentido a la que cabe asignar un lugar preciso en la actividad consciente”. Ángel Pérez Escorza desmenuza en su insomnio distintos tipos de sueños, nos enfrenta a preguntas que nadie quiere hacerse, habla del amor, de la pérdida, nos entrega pesadillas pulcramente diseñadas, casi bordadas con metáforas, imágenes y una retórica visual que nos permite adentrarnos en las cuatro etapas del sueño; llegar al sueño REM y salir… casi ilesos.
Para entrar en materia de la manera más ordenada que puedo:
Durante la primera etapa, nuestros ojos se mueven lentamente, se enaltece la actividad muscular y dudaremos un poco sobre si estamos dormidos o despiertos, si estamos leyendo, sintiendo o viviendo.
En la segunda etapa, el sueño se hará más profundo, las ondas cerebrales se volverán más lentas y seremos capaces de abrir nuestra emotividad; es el portal hacia el Inconsciente, en donde nuestros deseos más profundos comienzan a asomarse y los dolores nos atacan como cuchillos a César; por la espalda.
Durante la tercera etapa es en donde realmente descansamos, en donde evocamos el placer, es aquí el lugar en el que las ondas delta juegan con nosotros, en la fase en la que se hace presente el sonambulismo y los llamados “trastornos del sueño”, es el hogar de las pesadillas. Si nos despiertan en este punto, invariablemente, nos sentiremos confundidos pero si nos mantenemos dormidos, los terrores nocturnos se harán conscientes y nos fustigarán a lo largo del día.
Si se logra alcanzar la etapa 4, podremos ver las imágenes y las imitatio auctoris que Ángel regala a la musa, podremos bailar unas letras, aunque tengamos dos pies izquierdos; es en este punto en el que se descansa física y psíquicamente. Cumplir y disfrutar la etapa 4 nos llevará al sueño REM, las ondas theta nos contarán sus historias, nuestras historias, LAS historias; podemos abrazar a quienes físicamente nos han abandonado, recibir su consejo, nos sentiremos despiertos en otra realidad más amable.
Como todo lo que me gusta, el libro se inaugura con un Big-Bang emotivo que se expandirá a lo largo de 122 páginas. Desde el primer poema, Ángel nos presenta una locura infinita, capaz de mover incluso un cosmos talado. Abre un portal que inaugura el vértigo del papel el blanco; Ángel Pérez Escorza pide silencio a sus recuerdos como requerimiento público en medio de una manifestación que grita evocaciones invisibles, indecibles, sensibles; nos hace sentir el luto, el vacío que se siente cuando se está lleno de palabras y con la tinta que se agolpa en las venas.
Los insomnios de Ángel transgreden al silencio, envidian al viento y se proyectan como bestia, como el sueño de un muerto con el alma enyesada que exprime y saborea el hacinado zumo de la ausencia del ser amado. Ángel grita el desangramiento dilatando metáforas, nos habla del peso de la viudez temprana “Y aun así…/ ¡Te moriste!/ valiéndote madre…”. Incluso en los sueños, siempre es demasiado pronto para la falta, incluso cuando nuestro corazón se expanda. En palabras de nuestro insomne poeta: “el amor es una caída libre” que desmenuza el insomnio con huesos transhumantes y nosotros no podemos más que hacer “la pantomima de lo corrosivo” y recomenzar “tapando con un puñado de tierra los anhelos”.
Las letras del mundo onírico en el que habita el inconsciente del poeta Escorza danzan, sigzaguean y se encuentran paráfrasis que levanta del suelo como tesoros olvidados por otro durmiente; a veces un Girondo, un Benedetti, un Serrat. Ángel es un durmiente lúcido que no sólo vuela, sino que extiende sus alas y nos da un tour a través de su historia, de sus autores importantes, de sus musas.
A lo largo de sus cinco etapas del sueño nos demuestra el gran tema de su poesía, del ser humano; y es que, como diría Lacan “Al final todos hablamos de amor”.