Bernardo Monroy
En cuanto abres los ojos, descubres que tienes ante ti a un dragón de veinte metros y a un ejército de orcos. Todos ellos de piel verdosa, ojos rojos, colmillos más afilados que cuchillos de tienda departamental de lujo y ataviados con armaduras tan resistentes que soportarían el paso de una aplanadora.
Hace apenas unos minutos estabas en tu casa, viendo una película, o leyendo un libro, o mirando un poster… no lo recuerdas bien, pues de súbito te rodeó una luz verde neón y apareciste en un campo de batalla. A lo lejos contemplas un castillo, una villa y un bosque que llama mucho tu atención, pues las hojas de los árboles son negras como la obsidiana.
Poco a poco cobras la conciencia y tienes una ligera certeza de lo que sucede: eres un exiliado de tu mundo de tecnología, pantalones de mezclilla, tenis y coches. Te has convertido en un exiliado del mundo real, y estás en un reino donde los dragones, hechiceros, unicornios y magia son cosa de todos los días.
-Carajo –mascullas, al momento que levantas tu espada y aplicas la máxima que afirma “a la tierra que fueres haz lo que vieres”.
Es decir, comienzas a matar orcos.
Si algo sabes gracias a todas las películas, novelas, series televisivas y videojuegos, es que los orcos son monstruos muy estúpidos, de modo que no te cuesta trabajo matarlos. De hecho no solo es fácil sino bastante relajante. Enterrar tu espada en sus pechos (descubres que las armaduras no son tan resistentes como parecen), extraerla y mirar su sangre gris. Caramba, es agradable. No paras de matar mientras cantas “I wanna rock and roll all night” de Kiss.
Tu ejército va avanzando. Puedes ver al dragón, a quien están protegiendo. El monstruo se ríe y con cada carcajada escupe fuego. Extiende un par de alas que ensombrecen el campo de batalla.
De pronto, distingues a un tipo vestido con una túnica roja, similar a las togas de los estudiantes en su día de graduación, salvo porque usa una capucha púrpura. Extiende las manos y realiza una serie de movimientos con sus dedos. De estos emergen rayos verdes, del mismo tono e intensidad de la luz que viste cuando llegaste aquí. Las ráfagas matan en cuestión de segundos a diez soldados orcos, convirtiéndolos en cenizas.
-Él es Adorjan –te dice un soldado de tu ejército. Lo miras: es un muchacho un tanto obeso, de cabello negro y con acné adornando su rostro. Tiene toda la pinta del holgazán que se la pasa jugando videojuegos y considera cualquier actividad deportiva como una enfermedad de transmisión sexual-. El Hechicero Supremo. Él nos trajo aquí para luchar contra Padraig, el dragón ese que está al fondo.
El muchacho dice llamarse Baltazar, como el personaje de ficción. ¿El Rey Mago? Preguntas. No, te responde: Bastian Baltazar Bux, el de la Historia Interminable. ¿La conoces? No, replicas. Yo nomás conozco la Historia Sin Fin. Haciendo caso omiso a tu sarcasmo, te informa respecto a los orcos: dice que son los típicos villanos de las novelas de fantasía. Aunque son bestias de la mitología celta, su nombre viene del romano “orcus” que significa “inframundo”. Okay, amigo, le dices. Cállate y sigue luchando. Mata a esos que tanto mencionas.
Miras al suelo y descubres que hay un pequeño monstruito con una espada. No medirá más de cincuenta centímetros. Te saluda desde abajo y te das cuenta que es un gnomo. Parece marioneta de esas que hace Jim Henson, el creador de los muppets, solo que aquí no hay quien la mueva… a menos, claro, que sea con magia. A final de cuentas la idea no parece tan descabellada, pues te encuentras en un lugar salido de películas como “Laberinto”, “La historia sin fin” o “Drak Crystal”.
Se te ocurre preguntarle al sabihondo nerd que te explicó sobre los orcos si sabe cómo llegaron allí, mientras decapitas a uno en cuestión.
-¿Viste a Adorjan? El nos trajo a todos aquí. Somos su ejército formado por más de un millón de hombres y mujeres. Nos teletransporta cuando estamos viendo, leyendo o jugando alguna obra de fantasía épica o de “sword and sorcery”. Puede ser “Calabozos y Dragones”, “Conan el Bárbaro”, “El último unicornio” o las novelas de Michael Ende. Adorjan necesita conocedores del campo de batalla. Los estrategas del mundo real y los intelectuales que eyaculan leyendo a Cioran le valen madres. El quiere nerds y mataditos que sepan sobre monstruos, dragones y conjuros.
-Qué interesante –dices-. Al menos tendré que contarle a mis hijos.
-Ese es el problema –responde-. Cuando regresas te borran la memoria. Hay millones de miles de tipos que han viajado a este mundo, pero lo olvidan. Es parte del proceso del conjuro de Adorjan. ¿Qué chistoso, no? Millones de taraditos que nos encantan este cine y estos juegos hemos participado en batallas impresionantes y ni nos acordamos.
Asientes. Mientras tanto, el goblin le pica los pies a un orco cantando “Dance magic dance, dance magic dance. What kind of magic spell to use?”
-No sabía que aquí conocieran a David Bowie.
-Viene a dar conciertos seguido.
No paramos de matar orcos. Miras a tu ejército. Sabes que todos ellos estaban en una sala de cine, mirando películas frente a su televisión o viendo un dibujo animado. Quizá leyendo, cómodamente, en su sillón. Todos, en su vida diaria, son unos idiotas si habilidades sociales, pero aquí son soldados, luchadores, campeones. A lo lejos ves a Adorjan, quien mientras flota lanza rayos a los orcos mientras el dragón no para de reírse y vomitar fuego. El Hechicero Supremo ni siquiera se detiene a saludar. Piensas que así deben sentirse todos los soldados de la historia ante un Hitler, un Churchill, un Villa o un Alejandro Magno. No saben ni por qué luchan, solo que fueron reclutados.
Poco a poco el paisaje se va despejando, pues los orcos se vuelven cadáveres en el campo de batalla. El escenario parece de un poster de película de los ochenta, la década en la que vives. Le comentas al matadito, tu compañero de batalla, que luce como ilustración afuera del cine. Hazte de cuenta que es como de Renato Casaro, el que hizo la ilustración de “Conan el Bárbaro” y “La Historia sin Fin” o Richard Amsel, que dibujó “El cristal encantado”, dices, y él te responde que ellos han viajado seguido a este mundo a luchar, de allí la inspiración.
Al atardecer tu ejército y tú han matado a todos los orcos. Padraig extiende las alas y se inclina, abriendo sus fauces, en una clara posición de ataque. El matadito te pregunta si has leído los libros de “Elige tu propia aventura”, le dices que no.
-Son novelas de participación, por lo general se trata de historias de fantasía o aventura en las que tú, el lector, eres el protagonista. Las narran en segunda persona en tiempo presente…
-Narrar en segunda persona en tiempo presente –comentas-. Qué mamada y qué recurso más barato para ganarte la atención del lector.
-…y tú tomas decisiones para modificar el curso de la historia pasando a determinada página. Por ejemplo, si vas a matar a una bestia debes pasar a tal página o si no debes seguir leyendo. No puedo creer que no los conozcas, esos libros son la moda ahorita en los años ochenta. Todos empiezan así: “Las posibilidades son múltiples; algunas elecciones son sencillas, otras sensatas, unas temerarias... y algunas peligrosas. Eres tú quien debe tomar las decisiones. Puedes leer este libro muchas veces y obtener resultados diferentes. Recuerda que tú decides la aventura, que tú eres la aventura”.
-No. No me suenan –dices, cortante.
Quieres que tu compañero de batalla se calle la boca. ¡Están demasiado ocupados!
Al menos esperas que haya una Reina Malvada, como la que sale en las novelas de Narnia de C.S. Lewis. También esperas que esté buena. Todas las Reinas Malvadas siempre están buenas.
Por el momento –piensas- lo importante es matar a un dragón, aunque nunca recordarás el glorioso momento en que te bañes en su sangre.