2012-09-17

Azúcar

Claudia Marroquín



Ib Ibss llegó a buena hora al parque, once y cuarto de la noche, lugar desierto, luna amarilla haciendo el momento sepia.
Ib Ibss vestía riguroso negro, zapatos lustrados, cabello bien peinado, lucía como un cuervo brillante, lucía listo para un funeral, iba a encontrarse con la mujer que le había robado el corazón una noche tres lunas atrás cuando salía del trabajo, había bebido lo suficiente para sentir la fiesta en su sangre pero le faltó alcohol para olvidar el temor que sentía desde pequeño al cruzar aquel lugar pero cuando se dio cuenta ya era demasiado tarde. Uno de los parques más antiguos y grandes de su ciudad con árboles tan viejos cómo las leyendas, tan viejos como el tiempo mismo. Sauces llorones y suicidas eternos miraban al hombre cruzar a toda prisa el lugar que parecía tragarse su presencia. Y sucedió, una mujer se atravesó en su camino, grácil de andar, mirada profunda y belleza común, Ib Ibss se detuvo al mismo tiempo que sus latidos hacían exactamente lo contrario, la mujer le pidió un cigarro y el hombre se lo dio ya encendido, ella sonrió, le pidió una moneda y él le obsequió una nueva, Ib Ibss sudaba profusamente y las palabras se habían escondido dentro muy dentro de su garganta. Intentó dar un paso adelante, pero la mujer se lo impidió parecía molesta, las pupilas se le dilataban de forma antinatural y el poco cabello que le salía por debajo del sombrero se le
veía erizo.
–Dame una magia- dijo la bruja con resolución, Ib Ibss casi lloraba, si la bruja quedaba satisfecha con lo que le mostrara, él estaría más cerca de su libertad así que sacó de su bolsillo el bolígrafo musical de luz naranja que le habían regalado en el bar, la bruja lo tomó e hizo una mueca de enojo, maldijo entre dientes.
–Dame carne de azúcar- dijo jadeante la bruja.
–No, no tengo– logró contestar el hombre trémulo.
–Perdiste– gritó la bruja triunfante. El hombre despertó en la mañana y los paseantes lo miraban con desprecio por su aspecto lamentable, el de un vagabundo cualquiera. Tres lunas vivió Ib Ibss cómo un trozo de nada, vacío, sin gozar, sin reír, pero por fin lo había logrado, esa noche, vestido de negro iba a la cita con la bruja para un intercambio justo, un bebé recién nacido que había robado a una indigente a cambio de su corazón. Los sauces agitados anunciaron la llegada de la bruja, sonriente, oscura con una caja pequeña plateada latiendo entre sus manos.

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