2025-12-10

Blurrr es un refugio emocional para un mundo que se desmorona


Blurrr es menos un álbum y más un fenómeno atmosférico: una especie de niebla tibia donde las formas se disuelven, los contornos se ablandan y la emoción respira sin maquillaje. Joanne Robertson, figura esquiva y esencial del underground lo-fi británico, firma aquí uno de sus trabajos más radicales en sensibilidad. No porque busque reinventar el formato canción —todo lo contrario—, sino porque acepta que la canción es, ante todo, un rastro, un temblor, una presencia fugaz.

La escucha comienza como si uno se asomara a una habitación en penumbra donde alguien compone sin saber que está siendo observado. Las palabras son sombras: murmullos, fonemas que se escurren entre las cuerdas de una guitarra que no pretende ser perfecta. Robertson deja que la disonancia florezca, que las notas de paso vibren con torpeza hermosa, que el eco de cada cuerda se convierta en un fantasma que vigila el borde de la melodía. Es un arte lo-fi que no busca la crudeza por estética, sino porque así respira su mundo interior.

La cara A de Blurrr se sostiene en esa desnudez casi diarística. Voz y guitarra establecen un clima de intimidad absoluta, como si el oyente se encontrara dentro del acto mismo de recordar. Son canciones que parecen hechas de bruma, donde la narrativa no está en las palabras —demasiado borradas para ser descifrables— sino en la vibración emocional que dejan atrás. La música se mueve despacio, con la paciencia de quien observa la vida mientras cría a un hijo o mezcla colores en un lienzo todavía húmedo.

Es en la cara B donde el álbum despliega una dimensión inesperada. La entrada del violonchelista Oliver Coates no adorna: consagra. Sus líneas largas, hondas, casi litúrgicas, transforman la intimidad inicial en un espacio de reverencia. De repente, lo que parecía un diario musical se revela como una capilla en ruinas donde cada nota reverbera como una plegaria. La combinación entre la fragilidad de Robertson y la solemnidad del violonchelo produce un escalofrío: una belleza quieta, transparente, que parece suspendida fuera del tiempo.

En una época saturada por el ruido, la velocidad y la ansiedad, Blurrr aparece como un refugio improbable. No promete alivio mediante la evasión, sino mediante la aceptación: aceptar que lo borroso también es verdad, que lo imperfecto también es memoria, que una cuerda mal pulsada puede contener más consuelo que un arreglo pulido. La música de Robertson no se rebela contra el colapso; lo mira con ternura y lo convierte en algo habitable.

Blurrr es un susurro que se queda. Una obra pequeña en volumen, pero inmensa en resonancia.


Blurrr es un refugio emocional para un mundo que se desmorona

B lurrr es menos un álbum y más un fenómeno atmosférico: una especie de niebla tibia donde las formas se disuelven, los contornos se abland...