En un género tan marcado por el hermetismo y la estética espectral como el Witch House, donde muchos proyectos se pierden en la repetición y la deriva atmosférica, Polytence irrumpe con Fatalité como un gesto de renovación. Más que un álbum, es una disrupción emocional. Desde los primeros compases, queda claro que no estamos frente a otro ejercicio de sombras sintéticas, sino ante una obra que se atreve a reformular los cimientos del género para construir algo más íntimo, más afilado y más humano.
Fatalité respira una melancolía densa, casi líquida, pero no se regodea en la oscuridad por la oscuridad misma. Polytence emplea los elementos tradicionales del género —los ritmos desarticulados, la voz convertida en un espectro, los sintetizadores que gotean como un oráculo roto— no como sellos de identidad, sino como herramientas expresivas. Cada sonido parece elegido con una precisión quirúrgica, como si el álbum estuviera tallado en mármol helado, y aun así logra transmitir un calor emocional profundo, casi inesperado.
Hay una tensión constante entre lo distante y lo visceral: las capas frías de producción crean un halo de aislamiento, mientras que las melodías subterráneas y los latidos graves revelan un pulso vulnerable, casi confesional. Polytence construye así paisajes mentales donde conviven la pérdida, la belleza detenida y un fatalismo elegante que nunca se siente impostado. En los momentos más luminosos —si “luminoso” puede aplicarse en un álbum así— se abre un resquicio de emotividad que convierte la escucha en un viaje introspectivo y adictivo.
Lo más admirable de Fatalité es su capacidad para expandir los límites del Witch House sin traicionar sus raíces. Polytence demuestra que el género no tiene por qué encerrarse en el nicho ni repetir fórmulas gastadas: puede ser un vehículo conmovedor, expansivo, casi cinematográfico. Este disco no invita a la evasión, sino a la confrontación emocional; no exige devoción a la estética dark, sino apertura al sentimiento.