Patricia Richmond
Una tarde me pidió que entrara en la trastienda donde guardaba unos caramelos nuevos para mí. Dijo que debía desnudarme. Al quitarme la gorra asombrado y, al desprenderme de las botas, la impresión le fulminó. Aproveché para rascarme las pezuñas y salí con los bolsillos llenos de dulces.Relato

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