2012-08-22

A libros cerrados

Lis Macías


El mundo, como una caprichosa flor, cambia conforme a las estaciones de la vida. Y en estos cambios no hay espacio para una alma romántica como la mía. Se imposibilita el sentir al esconderse en sus problemas mentales que provocan un gran distanciamiento con mi mundo. Pero así lo escoge la sociedad para desdicha mía. ¿Qué ya no le gusto?, ¿acaso mis elocuentes palabras ya no seducen?, ¿será que mi encanto es vencido por el tedio de mi lector?, ¿qué no daría por sentir el aliento de unos cálidos labios recorrer cada parte de mí hasta succionarme y dejarme sin más historias que contar? Pero el lector es cruel con esta alma sensible pues ya no le da espacio; las conquistas de un libertino desafiante ya pasaron su curso en la historia. La gente de ahora parece inmune a mis palabras que antes hipnotizaban. Podía deslumbrar a cualquier mujer, convencerla que me entregue todo su ser; ahora soy yo quien desespera por sentir caricias al rozar mis páginas. Sin embargo creí haber dejado un impacto, como buen seductor soberbio que está convencido que todas caen eventualmente. ¡Vuelve a mí, oh vida, muero por probar tu dulce néctar!
 
Gritaba fervientemente antes de que su grito fuese invadido, pronto, por el espíritu del lugar en el que se encontraban. Gris, abandonado. Al recorrer con mi mirada curiosa todos los estantes que albergaban libros empolvados, me di cuenta que no soy el único que pide ser devorado.

 
Pronto, todos los libros me imitaron, y empezaron a lamentarse. El más misericordioso de todos los cantos era el que suplicaban las tragedias griegas mientras se reunían en un sólo lugar para hacer un compendio. Los libros sagrados, no se molestan en reaccionar ante la indiferencia, pues concluyen que eventualmente los van a estudiar. Los poemas soltaban a los cuatro vientos versos muy eruditos, los más impresionantes sonetos jamás escuchados, anáforas, hipérbatones, parábolas, metáforas impecables. Las novelas competían entre ellas para ver quién contaba su historia más fuerte, por si algún visitante las escuchaba. Los diccionarios, en su pedestal, repetían definiciones aleatoriamente, como si se tratara de un ejercicio de calentamiento para la garganta antes de cantar. Pero todo el esfuerzo de mis compañeros fue en vano, no pasaba nunca nadie por ahí. Leer es complicado cuando pierdes la imaginación. Macbeth, que estaba en uno de los estantes cerca del mío, me explicaba que la ciencia se encargó de destruir la poca capacidad de asombro con la que podía contar un adulto. Y concuerdo con él: tal parece que la fantasía ya no es interesante. Ahora, si un hecho no es comprobado tangiblemente, no es real. Pero entonces, ¿dónde quedó la magia? La condenan los seres humanos, no la aceptan.

Me niego a pensar que solamente en esta biblioteca ocurren eventos extraordinarios todos los días. ¿Cómo es que no se aburre la humanidad con un mundo tan uniforme y predecible?, ¿por qué ya no se refugian en nosotros? Son indiferentes sino se trata de sus problemas. Como las olas en el mar que buscan llegar primero a la orilla. Caprichosas. Siguen su camino sin importarles a cuántas olas convirtieron en espuma al pasar. El ser humano se deshumanizó, sino me creen, viajen conmigo en el tiempo. ¡Cómo eran venerados nuestros protagonistas griegos!, Zeus me contó alguna vez de los templos que levantaron en su honor. Magníficos. Ahora tiene suerte sino lo critican al leer sus historias de amor. Los cuentos de hadas son ridiculizados; el siglo XXI mató la caballería, los peligrosos monstruos viven encerrados en la esquina de la memoria colectiva del mundo, ahora sólo los políticos espantan. Las brujas, montadas en su escoba, buscan a alguien que aún sea inmune a su hechizo, pero en vano, pues nadie cree en ellas. Sólo nos queda esperar, a que estas páginas sean tan viejas como nosotros y las heridas del tiempo borren las palabras que nos componen. La comunión entre el mundo real y el nuestro se está perdiendo pues nadie entra en nuestra sintonía, nadie quiere leer; y sino lo hacen pronto, juro que nunca más contaré mi historia.


Dejó de hablar, pues las lágrimas se lo impedían. Había pasado mucho tiempo desde que alguien lo agarraba y devoraba, se sentía desechable. Mientras Don Juan se lamentaba patéticamente del abandono que sufren los libros, y se preparaba para arrancar sus páginas, entraron en la biblioteca todos los responsables de su suerte. Todo aquel que haya escrito algo jamás, entró en ese momento de extrema depresión para reafirmar la fe de sus personajes. Shakespeare le recordó a Macbeth la importancia que tiene para la cultura y así calmó su espíritu afligido. Homero bajó también para hablar con sus tragedias, junto con Virgilio y Esquilo. Los hermanos Grimm dejaron que sus monstruos les dieran el grito más feroz que tenían para demostrarles que aún pueden asustar. Pronto la biblioteca se llenó de escritores que, preocupados al ver cómo sufrían sus personajes, bajaron a hablar con ellos:

Aunque parezca que este mundo se olvidó de ustedes,existen muchos otros en los que son apreciados. Son parte de la historia. Olviden a esta sociedad indiferente, y recuerden que existe un plano literario. Existen lectores que aún quieren devorar historias, y si ellos no son suficientes, siempre existirán en nuestro mundo. Ustedes son nuestra más preciada creación, nunca serán olvidados. Para un escritor, lo más importante para todos ellos siempre serán sus personajes. No importa  que el mundo sea indiferente, pues nuestro autor se encarga de inventar uno en el que quepamos, el literario, y en ese siempre tendremos un lugar. Ese mundo es regido por la magia, lo sobrenatural, lo fantástico. Ahí vivimos realmente, no aquí donde no nos creen, tuvo que venir Moliere a recordarme que son los lectores los que tienen que adaptarse a nosotros y no al revés. Entonces los invito, lectores, a empaparse conmigo, a llorar, reír, imaginar, soñar que pueden meterse al mundo de la literatura y estar junto con todos los personajes que viven ahí. Léanme, déjenme seducirlos.

Publicado en la gaceta de lectura nº 0




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