David Rubio Esquivel
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-¿Cuándo podré publicar mi primer relato, madre?Ella cogió una botella de ginebra, le dio un largo sorbo y, decidida, sentenció:
-Cuando dejes de mirarme como a una borracha.
Y es que, aunque le admiraba por su indiscutible capacidad para narrar la cotidianidad, también era cierto que la detestaba por estar como perdida en otro mundo la mayoría del tiempo. Nunca se lo había dicho pero ella lo sabía.
Entonces tenía dieciséis años y jamás me había enamorado, y si lo había hecho siempre lo hice procurando no nombrarle amor al sentimiento. Amor, esa era la palabra con la que iniciaba el fracaso. Mamá lo había vivido en carne propia y estaba pagando el precio; papá la había abandonado por otra mujer mucho más joven que ella -Casi podría haber sido mi hermana- y, como para no perder todo rastro de su persona, es decir, de la de mi padre, había reclamado mi custodia con la finalidad, supongo, de tener un recuerdo que le hiciese odiarse de por vida.
No es que mamá me tratara mal, pero estaba determinada a enseñarme a detalle el camino que había seguido para llegar a villa fracaso. Escribía como poseída y, con frecuencia, dejaba todo lo que estaba haciendo para sentarse frente a la máquina de escribir; era como su amante, uno que, en sus propias palabras, "jamás le traicionaría o le haría daño".
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Ahora lo entiende, y escribe.
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